Doncella
Vamos, vamos, que aún falta mucho por hacer y preparar, todo tiene que estar acomodado para esta noche.
- Mami, mami!!, ¿Por qué todo el mundo corre como locos, halando cosas y adornando todo en cada lugar? ¿Qué hay tan especial?... preguntaba tan asombrado el pequeño Leydant.
- Es que hoy es la gran noche, la presentación de la princesa Ilia, hoy bailará con apuestos príncipes.
... Si, se escucho efusiva-mente,
- Madre... pero, ¿no será difícil para Ilia, bailar?
- No mi niño... ella baila con tal gracia.
Enamorarse de ella era como estar bajo un hechizo, con sus cabellos de plata, ojos de cielo, donde se refleja la tranquilidad de la mar, y su piel que están fina y delicada como las mas preciada ceda... es imposible no admirar.
- Bueno, muevete, muevete, que poco que estas haciendo.. replico algo enojada Milait.
Pero, nadie se imaginaba, que aquel joven humilde y trabajador, alto, de ojos verdes como el campo y de la profundidad del universo era el color de su cabello. Su padre le había enseñado el trabajo duro, por lo cual sus brazos y hombros estaba torneados por el arduo trabajo, y su piel había sido dorada por el sol; era el heredero de una gran reino, tan lejano como se podía observar en el ocaso. Él había llegado hacía mucho tiempo al reino de Rinarck. Buscaba una mujer humilde, sencilla y con gran carisma. No tardo mucho en encontrarla, pensó en alguna aldea lejana, pero se equivoco. La encontró dentro de un gran castillo. Lo que más le asombro, fue la forma de hablar, como se expresaba tierna y humildemente, como trataba a los demás por igual, sin importar la case social. Sólo le importaba el corazón y los buenos sentimientos de las personas. Al ver esto, inmediatamente se enamoro; quiso correr hacia ella, pero hubo algo que le detuvo. Se puso a pensar que debería esperar un tiempo prudente, el cual llegaría muy pronto.
Ya terminada la decoración, y al acercarse la hora para que la princesa bajara y dar la bienvenida a todos. Afuera se encontraban grandes y hermosos carruajes tirados por esplendidos caballos, unos como el azabache, otros como la nieve; en los cuales llegaban cada vez más y más invitados. Mientas casi todos se divertían en el salón principal, hablando, bailando y probando los deliciosos bocadillos... y digo casi todos, porque la princesa se encontraba triste, le faltaba alguien, alguien tan especial para ella, y quien había conquistado su corazón.
Y es que, ella bajaba silenciosamente hasta llegar a los establos, y a escondidillas observaba muy atentamente como aquel joven que había llegado hacia ya un tiempo, cuidada con gran espero y delicadeza a su caballo. El caballo de la princesa.
Una de esas tantas noches, le escucho hablar con el caballo, Estrella Negra.
-Ya llevo mucho tiempo de estar aquí, Estrella Negra, y cada vez me enamoro más de la gente y de este bello reino, pero lo que ha robado y conquistado el corazón, es mi bella doncella, la hermosa princesa... y algún día, le declarare mi amor.
En eso la princesa sintió el corazón estallar de alegría, y que se le salia del pecho. Exaltada por tanta emoción, salio corriendo sin que se diera cuenta el joven, entró a su cuarto, se tiro a cama, rebotando en ella; sonrío y quedo profundamente dormida.
La princesa estando ya en el salón, se dirigió a un costado del mismo, abrió las puertas y salio a la terraza a respirar un poco de aire fresco, duro bastante rato allí, hasta que decidió volver al salón. Antes de ingresar, escucho un galope apresurado de un caballo que se habría paso entre la oscuridad; voltio a ver y observo como se acercaba más y más, intrigada de saber quien era a esas horas de la noche y, cuando estaba lo suficientemente cerca, pudo mirar que era un bello y apuesto caballero.Él desmonto, y se acerco a la terraza donde se encontraba a la princesa, tomo su mano y la beso y dijo.
-¿Cómo está, mi bella doncella?
En ese momento supo Ilia que era aquel joven, aquel que había escuchado decir que estaba enamorado de ella. Todo su ser resplandecía de alegría.
Tomados de la mano, entraron al salón, bailaron, haciendo que desaparecieran todos; ya que aquel era un gran momento, un momento mágico.
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